Un sasso. Un piccolo prezioso sasso. Matilde (20 mesi ) ci gioca per un po’ finchè questo si infila in un piccolo buco. Le sue piccole mani grassocce non riescono a riprenderlo. Matilde valuta la situazione poi formula una ipotesi. Lì vicino c’è Lorenzo ( 19 mesi) un amico più piccolo di lei che potrebbe esserle di aiuto. Per farglielo capire lo abbraccia come se volesse sollevarlo di peso e lui la segue. Insieme rivalutano il problema del sasso incastrato. Matilde ci aveva visto giusto: le manine di Lorenzo sono più piccole e possono afferralo. Ha trovato la soluzione senza l’aiuto di un adulto. Siamo a Reggio Emilia, all’asilo nido Bellelli, una delle 33 scuole per l’infanzia del Comune di Reggio Emilia (“più all’avanguardia del mondo”, come le definì nel 1991 un’inchiesta di Newsweek), dove tremila bambini fino a sei anni vengono seguiti con uno sguardo speciale.
Le insegnanti li osservano, li accompagnano nella ricerca e si chiedono di continuo: Come sta imparando quel bambino? Quali sono le sue strategie di pensiero? Come costruisce le sue relazioni? La cosa che stupisce di più, quando si incontra il Reggio Approach -come viene ormai chiamato in tutto il mondo- sono proprio queste domande che si ricorrono nei discorsi che fanno le insegnanti e nei libri che scrivono (un esempio è Making Learning Visibile, scritto insieme alla Harvard Graduate School of Education). Scopo delle domande è mantenere il sistema educativo aperto: senza che i piccoli vengano inscatolati in modelli prefissati e senza programmi standard, per accogliere le differenze individuali o, come li chiamano qui, i cento linguaggi.
Paola Cavazzoni è una pedagogista e sta seguendo un lavoro che si intitola “La musica del corpo”. “Dopo lunghe osservazioni abbiamo notato che ogni bambino ha sue predilezioni gestuali: un proprio modo, per esempio, di entrare nello spazio vuoto della palestra”, racconta. “Irene passa una mano tra i capelli, Luca entra con una capriola , Lucia con un grande cerchio che fa con le mani. Questi gesti sono come un rituale che si ripete e che diventa la base per una narrazione del corpo. Le abbiamo chiamate Melodie Cinestetiche. Abbiamo osservato per anni come i bambini le compongono e abbiamo capito che c’è una vera e propria intenzionalità di ricerca del movimento nello spazio e che questa ricerca è molto precoce.
Il bambino non separa mai le mani dal pensiero, impara col corpo e questo succede in ogni momento della sua vita.[:es]Una piedra. Una pequeña y hermosa piedra. Matilde (20 meses) juega con ella un ratito, hasta que se le cuela por un pequeño agujero. Sus manitas regordetas no consiguen recuperarla. Matilde valora la situación y formula una hipótesis. Muy cerca se encuentra Lorenzo (19 meses) un amigo más pequeño que ella que podría serle de ayuda. Para hacerle entender lo que quiere lo abraza como si fuera a tomarlo en brazos y él la sigue. Juntos vuelven a evaluar el problema de la piedra atrapada en el agujero. Matilde lo había visto claro: las manos de Lorenzo son más pequeñas y pueden recuperarla. Ha encontrado la solución sin la ayuda de un adulto. Estamos en Reggio Emilia, en el jardín de infancia de Bellelli, una de las 33 escuelas infantiles de Reggio Emilia (“líder mundial”, como se le define en una investigación de Newsweek realizada en el 1991), donde tres mil niños, de hasta seis años, son tratados con una mirada especial.
Los enseñantes los observan, los acompañan en la búsqueda y se preguntan lo siguiente: ¿Cómo está aprendiendo el niño? ¿Cuáles son sus estrategias de pensamiento? ¿Cómo construye sus relaciones? Lo que más sorprende cuando se conoce el Reggio Approach – como se le denomina habitualmente en todo el mundo – son justamente estas preguntas que son recurrentes en sus discursos y libros (por ejemplo Making Learning Visible, escrito conjuntamente con Harvard Graduate School of Education). El propósito de las preguntas es mantener el sistema educativo abierto: sin que los niños queden encasillados en modelos prefijados y sin programas standard, para acoger las diferencias individuales o, como lo llaman aquí, los cien lenguajes.
Paola Cavazzoni es una pedagoga y está desarrollando un trabajo que se llama “La música del cuerpo”. “Después de largas observaciones hemos notado que cada niño tiene sus predilecciones gestuales: por ejemplo, una forma determinada de entrar en el gimnasio vacío.”, explica. “Irene pasa una mano sobre su cabello, Luca entra con una cabriola, Lucía dibujando un gran círculo con las manos. Estos gestos son como un ritual que se repite y que llega ser la base de una narrativa corporal. Lo hemos llamado Melodía Cenestésica. Hemos observado durante años como los niños las componen y hemos comprendido que es una verdadera y característica intencionalidad de investigación del movimiento en el espacio y que esta investigación es muy precoz”.
El niño no separa las manos del pensar, aprende con el cuerpo y esto sucede en todo momento a lo largo de su vida.