¿Por qué Cartesio murió de repente y Leonardo no?
De mi infancia recuerdo con angustiante
nostalgia sobre todo los ilimitados tiempos
vacíos y aquel estado de gracia que es el gratuito
desperdicio de las horas. Es cierto que aquellos
vacíos, para mi crecimiento personal,
fueron mucho más fecundos que todo el resto.
Michele Serra
Para el filósofo y matemático francés Cartesio, el día comenzaba al mediodía.
Debido a su constitución frágil, se había acostumbrado así desde la infancia, pero cuando la reina Cristina de Suecia lo convocó a su corte para hablar con ella de filosofía, el único horario posible para los coloquios era las cinco de la mañana. Ante la imposibilidad de negociar un horario más conveniente, Cartesio aceptó de mala gana; luego, en breve, se enfermó de pulmonía y murió. Leonardo da Vinci, por el contrario, trabajaba incansablemente sin distinguir entre el día y la noche, pero se dormía una siesta con regularidad durante una veintena de minutos cada dos horas.

Qué sucede a nivel físico

Existe una conexión muy estrecha entre el estado general de salud de un individuo y su estilo de vida, y entre su estilo de vida, su modo de ser y su constitución. Como resulta evidente por la comparación de los hábitos de Leonardo y de Cartesio en relación con el sueño, cada uno tiene su ritmo de recuperación del proceso del cansancio y, por lo tanto, un estilo personal para refrescar y renovar el organismo de manera que pueda retomar las actividades con energía renovada. Sin embargo numerosos estudios han demostrado que, en la mayor parte de las personas, los biorritmos naturales del organismo son extraordinariamente similares a los que Leonardo usaba para regular su vida. Numerosas estructuras orgánicas siguen un ciclo de actividad de una hora y media o dos, con pausas de recuperación de veinte, treinta minutos. Parece probable que este sea el tipo de ritmo capaz de mantener más tiempo, y con el menor precio, la eficiencia psicofísica. En cuanto la recuperación frecuente y regular impediría que se instaurasen daños o carencias profundas. Cuanto más largo es el intervalo entre una recuperación y la otra, tanto mayores son el trabajo impuesto al organismo y las probabilidades de no lograr regenerarse completamente. 

Si en una casa no se tirase la basura y no se limpiasen los pisos durante un año entero, es lógico que al final, la limpieza requeriría un compromiso y un tiempo mucho mayor que si se hubiese aplicado una mínima rutina cotidiana, Órganos como el hígado y los riñones, cuya actividad tiene en gran parte que ver con la desintoxicación, es decir, con la eliminación de las toxinas que el cuerpo produce en gran cantidad en los períodos de actividad, se sirven de los períodos de descanso para poder desarrollar su función y renovar el organismo. Está claro que cuanto más largo es el intervalo que transcurre entre dos períodos de descanso, más probable es que el intervalo para completar el trabajo pueda resultar insuficiente. La consecuencia es la acumulación de un cierto tipo de deuda, de cansancio, con una progresiva intoxicación y un envejecimiento acelerado del organismo. 

Cuando el organismo está fresco, reposado y motivado para la acción, todos los impulsos, la energía y el movimiento parten de estructuras muy profundas del sistema, o más bien desde las vísceras y desde la musculatura interna. En cambio, cuanto más cansado, des- motivado y exhausto está el organismo su posibilidad de actuar depende más de la activación del sistema nervioso simpático y de las glándulas suprarrenales, proyectadas por el organismo justamente para responder a situaciones de emergencia. Por lo tanto, en situaciones de cansancio y de agotamiento es como si se apagase o metiese en la sombra nuestra parte visceral, junto a la parte más interna de los miembros y del cerebro. En estos casos terminamos por compensar el sostén que nos falta con la hiperactividad de las suprarrenales—y por lo tanto, con una producción forzada de hormonas con adrenalina y la cortisona—, con la fuerza de voluntad y con la tensión muscular, logrando así continuar la acción pese al agotamiento de la energía espontánea. 

Si se altera por mucho tiempo la alternancia entre riñones y suprarrenales, uno de los síntomas de esta sobrecarga del organismo es el cansancio para arrancar a la mañana. Este síntoma señala que durante la noche y el descanso, los riñones han desarrollado su función, pero queda aún mucho trabajo que hacer para desintoxicar el organismo. Como los riñones no han agotado su labor, se rehúsan por así decirlo, a colocarse en pausa a favor de las suprarrenales. Lo que ocurre normalmente en este punto es que, para suplir este cansancio que permitiría volver a entrar en la pista, se comienza a beber café y a veces se continúan ingiriendo sustancias excitantes (como fumar cigarrillos o tomar chocolate) durante todo el día para llegar a la noche con una tensión que se traduce en la dificulad de soltarse, de relajarse y, por lo tanto, también de dormirse. Se instala así una inercia que impide pasar tranquilamente del estado de descanso al de actividad y viceversa.

Consideremos la situación de una persona que decidió encontrar motivaciones más profundas en lo que hace. Afrontar un cambio de vida o proyectos nuevos es algo bastante duro de por sí, que requiere por lo menos cierta frescura. Es bastante difícil pensar que la transformación resulte si su vida está organizada alrededor de ritmos, espacios y tiempos que —incluso si hasta entonces habían sido perfectamente funcionales— no le permiten jamás tomar contacto con su parte más interna. 

Un ejemplo común es el de la persona que dice que quiere cambiar porque está demasiado estresada, pero que luego, apenas le sugerimos un tipo de actividad funcional al cambio, contesta: “No puedo… estoy demasiado ocupado’. En realidad, se piensa siempre que un individuo no puede encontrar tiempo para sí mismo porque está demasiado ocupado y es demasiado responsable con relación al trabajo o la familia, pero cuando se investiga acerca de las relaciones entre causa y efecto, casi siempre se descubre que es exactamente lo contrario: trabaja demasiado justamente para no encontrarse consigo mismo. En algunos casos puede ser una elección perfectamente funcional, por ejemplo, como técnica antidepresiva, de control de vivencias emocionales que por algún motivo en ese momento no se pueden manejar. Una persona puede así postergar para un momento más oportuno la elaboración del luto por una pérdida o el dolor de una separación. En este caso, la cantidad excesiva de trabajo logra cerrar todas las espirales en las que podrían infiltrarse las vivencias dolorosas que por un tiempo prefiere postergar. Sin embargo, para hacerlo no es indispensable engañarse a sí mismo, afirmando que es el exceso de ocupaciones lo que impide recuperarse, incluso porque de esta manera puede ocurrir que se pierda la oportunidad de hacer la elección contraria en el momento correcto.

J.Tolja – F. Speciani
del libro Pensar con el cuerpo