Suma cero
La naturaleza parece tolerar
solo una cantidad limitada de unilateralidad
A. Ziegler
¿Cuál es el principio en el que se inspira el organismo para proteger el propio ecosistema de las posibles manías de la mente?
El gran riesgo que se corre al intervenir terapéuticamente, desde afuera, sobre el proceso psicofísico de una persona, es el de interrumpir su equilibrio. En efecto, el organismo humano tiende naturalmente a mantener una condición de estabilidad (que la ciencia denomina ‘homeostasis’ pero que podría ser definido mejor como ‘homeodinámica’ para clarificar el nexo entre el continuo trabajo de adaptación y la estabilidad mantenida por dicho trabajo). Gracias a este mecanismo tenemos 37º de temperatura tanto en verano como en invierno, ya sea junto a la chimenea como al salir de casa bajo la nieve; ni engordamos cinco kilos si comemos cinco kilos de zanahorias, ni adelgazamos cinco kilos si nos pasamos cinco días sin comer. ¿Qué ocurre entonces cuando se interviene la “homeostasis”?

Tomemos el caso de un culturista que ingiera testosterona, una hormona masculina que se usa en ciertos ambientes para aumentar la masa muscular. Entre las consecuencias principales que derivan de la ingestión aparece la atrofia de los testículos y los daños (a veces tumores) de algunos órganos internos como el hígado y los riñones. Dado que esta hormona es producida naturalmente por los testículos, el organismo, que siempre tiende a mantener una condición de estabilidad con respecto a los principales parámetros biológicos, ante una ingestión de testosterona, inhibe la producción interna. Para lograr el objetivo, neutraliza (en mayor o menor medida) la glándula que la produce —en este caso, el testículo – atrofiándola. El daño a los órganos internos deriva, en cambio, del hecho de que la testosterona tiene entre sus efectos el de transportar energía (y consecuentemente la circulación, el metabolismo, etc.) hacia la parte estructural del sistema y, en particular, hacia el aparato músculo-esquelético, en detrimento de la parte visceral (es decir, de los órganos internos). De este modo, el equilibrio específico del individuo se quiebra. (El hecho de que sean más “estructurales” y menos “viscerales” tal vez podría explicar por qué los hombres viven menos que las mujeres. La vitalidad y el bienestar derivan de la vitalidad de los órganos y sólo en una mínima parte de la robustez de los aparatos estructurales, que, en cambio, ofrecen una forma de poder físico y de seguridad. El mejor equilibrio funcional puede, por lo tanto, ubicarse en un punto comprendido entre «más vital y más expuesto por un lado, y «más potente y menos vital» por el otro.)

En el lado opuesto, podemos tomar como ejemplo a las personas que usan sustancias que las ponen más en contacto con el interior del cuerpo y con los órganos y, por lo tanto, les dan la posibilidad de profundizar las sensaciones de bienestar, las emociones, la relajación y la sensibilidad, como el éxtasis o la marihuana. Estas sustancias impiden la reabsorción de la serotonina —el neurotransmisor que provoca dichas sensaciones— y, por lo tanto, la mantienen circulando por el cuerpo. Al forzar el mecanismo con ayuda de sustancias introducidas desde el exterior, el resultado que verificaron muchos estudios es la impermeabilización de las membranas de las células nerviosas con respecto a la serotonina y, por lo tanto, una disminución de sensibilidad para sus efectos placenteros. Después de cierto tiempo, la liberación emocional que se logra bajo el efecto de tales sustancias, o de otras del mismo tipo, provoca el aumento de la dificultad de obtener el mismo bienestar de manera espontánea.

Si éste es el precio que paga el organismo cada vez que intentamos moverlo de su equilibrio natural, el primer efecto de un acto forzado es una reacción igual y contraria para salvaguardar la homeostasis, con un posible daño ulterior ligado al desplazamiento del cursor hacia una “especialización”: sólo músculos y “nada” de órganos o, lo opuesto, muchas emociones y poca estructura. A este riesgo se le suma el del limitado conocimiento que aún tenemos acerca de los sofisticados equilibrios del organismo. ¿Qué se puede decir, por ejemplo, de la ingestión, tan de moda, de la melatonina? Por cierto, sabemos que es una hormona producida naturalmente por la epífisis y que uno de sus efectos —en gran parte desconocidos— es actuar contra el envejecimiento y contra los radicales libres, En realidad, también en este caso, la ingestión tolera una interferencia con delicados equilibrios hormonales, cuyas consecuencias globales por el momento desconocemos aunque, por analogía, podemos imaginar que una de las primeras será la disminución de la capacidad del organismo de producir melatonina espontáneamente. Además, se observa que los estudios que documentan con certeza sus efectos positivos han sido realizados en animales que no la producen por vía interna y que, por lo tanto, desde el punto de vista metabólico, no responden al mecanismo de autorregulación que hemos descrito. De hecho, no es posible que exista un sistema de autorregulación para un parámetro relativo a una sustancia que el organismo no produce. Además, es notorio que, en los seres humanos, la producción de melatonina se reduce con el paso de los años, pero es lícito suponer que esto no ocurre debido a un proyecto necesariamente equivocado en su origen. Más bien, como en otros casos aparentemente inexplicables, esta reducción podría tener una motivación funcional que no conocemos.

Ahora, como hemos dicho al principio y como veremos mejor más adelante, los mecanismos físicos y psicológicos de un ser humano nunca funcionan por separado, sino que son regulados internamente por una única forma de gestión del sistema global. Por lo tanto, cada vez que en el hombre se afectan parámetros físicos como fuerza y debilidad, juventud y vejez, en una medida mucho mayor que en los animales usados en los experimentos, en realidad se provoca una interferencia también sobre tendencias psicológicas. Si, por ejemplo, se curase una anemia con dosis adecuadas de hierro, sin tener en cuenta de qué manera el síntoma refleja coherentemente sobre el plano físico una necesidad psicológica de menor energía (funcional por un motivo X, en cierto momento de la vida) es probable que, una vez que se haya resuelto es problema en el plano físico, se presente la misma necesidad psicológica bajo otra forma, como la torcedura de un tobillo, una alergia, un agotamiento, etc. Porque el ecosistema humano, además de no estar loco, no está dispuesto a cambiar sus planes si no tiene motivos válidos. En teoría, por lo tanto, incluso si se descubriese una molécula capaz de volverse invulnerable y que no fuese autorregulada internamente, el organismo desplazaría de todos modos sobre otro plano (por ejemplo, el neuromuscular o el inmunitario) la recuperación de la vulnerabilidad abandonada, de la que había logrado alejarse al forzar un mecanismo individual.

Si lo que se ha dicho hasta ahora es cierto con respecto a las hormonas y para todas las sustancias producidas por el organismo se puede suponer que ocurre lo mismo con las vitaminas y con los minerales. Con alguna diferencia, ya que, como la mayor parte estas sustancias se introducen en el organismo a través de la alimentación, el problema es que, si se ingiere más de lo necesario, que se inhibe es la capacidad de absorberlas. Por otro lado, si uno piensa que los alimentos de cultivo no orgánico, como los que llegan habitualmente a nuestra mesa, de acuerdo con estudios recientes, contienen en promedio alrededor de un cuarto del contenido de las principales sales minerales que el organismo necesita (como zinc, manganeso, cobre, hierro, magnesio) con respecto a los productos correspondientes cultivados con métodos naturales, es obvio que también las carencias generadas desde el exterior constituyen un ataque a la homeostasis. Con estas presuposiciones puede justificarse la ingestión saludable de un amplio espectro de vitaminas y minerales durante períodos en los que se sospecha que hay carencia por fuertes cambios físicos (después de una enfermedad o de una etapa difícil), basándose en análisis específicos o en otros indicios que proveen indicaciones acerca de los elementos que faltan. Pero si en estos casos se permite que el organismo restablezca las reservas agotadas de algún elemento individual, el uso sistemático de los complementos vitamínicos y minerales amenaza con comprometer un equilibrio que nadie puede afirmar conocer a fondo.

j. tolja - f. speciani
del libro Pensar con el cuerpo