Oro y Cobalto
Hace muchos años, un amigo que vivía en provincias me recomendó que fuera a ver a un conocido suyo, el "curandero" del pueblo. Me había torcido el tobillo y estaba resignado a seguir el procedimiento rutinario para accidentes, con la asistencia básica (vendaje, reposo, linimentos anti-inflamatorios) que cualquier colega traumatólogo me hubiera prescrito. Sin embargo acepté, más por simple curiosidad humana y profesional que por pura convicción.
El resultado de este encuentro fue un definitivo golpe de gracia asestado a las creencias que habían acompañado mi formación médica.

Llegué casi sin poder andar y me marché caminando normalmente. Nada de magia: sencillamente las estructuras del pie, si están dislocadas por un movimiento torpe, regresan a su posición natural cuando unas manos acostumbradas a “sentir” sepan cómo y dónde recolocarlas. 

Esta sensibilidad, estas maniobras, es lo que las escuelas ortopédicas son incapaces de enseñar. Es difícil documentarlas a nivel radiológico porque se refieren a nervios invisibles para los rayos-X, pero no menos importantes en el proceso de curación. En realidad, cuando los tendones o ligamentos no ocupan su posición natural y están causando una inflamación, la torcedura tarda más en curarse. Y no solo eso, al mismo tiempo también se genera una desorganización que se propaga por toda la pierna y el resto del cuerpo, dando paso a frecuentes recaídas. 

Tras esta experiencia volví a casa curado, pero también intrigado e incentivado como médico. ¿Cómo era posible que alguien tan sencillo, sin ninguna formación científica, pudiera resolver en cuarenta segundos, y de una forma tan natural, un problema que toda la clase médica no sabe cómo tratar y oculta su propia impotencia restringiéndolo a paliativos? 

Unos años más tarde volví al mismo curandero con otro problema y le pregunté cómo le iban las cosas; respondió que les estaba administrando cobalto a algunos pacientes. El criterio por el cual administraba cobalto se me escapaba, ahora y en ese entonces, y me da la impresión de que a él también. Pero la forma reverencial en que pronunció ese nombre me llevó a pensar que la singularidad del sonido lo condujo a escoger el cobalto para sus “experimentos”. Tal vez el tiempo transcurrido entre las dos visitas, y expuesto al reconocimiento de muchos, inclusive médicos, dio lugar a un gratificante sentido de poder, que degeneró lentamente en la ilusión de omnipotencia y en un sentido de la realidad impreciso con respecto a sus límites. 

He escogido este ejemplo para mostrar hasta qué punto las virtudes y límites de una medicina alternativa pueden llegar a coexistir, incluso en la misma persona. Por una parte una habilidad indescriptible (la capacidad para identificar y recomponer estructuras descolocadas) que complementa la de la medicina oficial y por otra parte, la presunción – solo porque es un médico alternativo – de que puede llevar a cabo cualquier tratamiento – incluso por ejemplo una administración arbitraria de cobalto. En mi caso, a menudo tengo un sentimiento de irritación cuando la clase médica quiere reservarse para sí misma tareas que pueden realizar, incluso mejor, otras categorías. Pero estoy convencido de que la administración de minúsculas partículas, tales como el cobalto, exige conciencia y responsabilidad. No solo por la complejidad del metabolismo, sino también por la facilidad con la que puede alterar interviniendo con un único parámetro. 

Por otra parte olvidamos con facilidad – en cierto sentido- que la medicina oficial es lo que es solo por el hecho de haberse convertido en oficial. Como ocurre a menudo dentro de algunas profesiones, un sub-grupo empieza a organizarse política y burocráticamente; sin embargo el poder de organización y político, y tal vez el reconocimiento y la difusión en medios, no implican necesariamente estar en posesión de la verdad. En el caso de la medicina oficial, el proceso no está muy claro porque se llevó a cabo en otro periodo histórico. Pero si analizamos otros procesos análogos más cercanos a nuestro tiempo- por ejemplo en el ámbito de la psicoterapia – la dinámica es muy fácil de entender. Durante muchos años, la mayor parte de las escuelas que funcionaban en este sector se dedicaron frenéticamente a conseguir reconocimiento oficial. El reconocimiento definitivo se puede deber en gran parte a la calidad, pero también a otros factores, por ejemplo la capacidad de organización y política. Por tanto no quiere decir que la lista final esté compuesta por escuelas con una visión más avanzada, con mejores cualidades terapéuticas o con una mayor autenticidad e integridad. De hecho puede ocurrir que una escuela con estas características no sea capaz de resistir durante años las tensiones y presiones de la burocracia y las relaciones públicas, o que incluso prefiera dirigir estas energías hacia lo didáctico, el comportamiento o el área de investigación. A pesar de ello, más allá de ciertos límites, el mérito de las escuelas “oficializadas” es que, en cualquier caso, garantizan un cierto grado de preparación, aunque en determinados casos la hipótesis inicial pueda ser cuestionable. 

Razones históricas de esta naturaleza han hecho que un sector de la medicina- caracterizado por un enfoque científico- prevalezca sobre otros. Tal como afirman Buckman y Sabbagh: «Descartes abrió la puerta que permitió la entrada en la ciencia del estudio de la salud humana y la enfermedad, pero desafortunadamente el estudio es una cosa y curar bien a una persona es otra. Así, en los últimos treinta años aproximadamente, no es que los médicos hayan avanzado mucho en este último aspecto de su trabajo”. 

Sin embargo, el concepto mismo de cientificidad es extremadamente relativo. En realidad, solo un minúsculo porcentaje de operaciones médicas convencionales (aproximadamente un 15%, según la Duke University en una reconocida investigación, también citada en el texto) está respaldado por experimentos científicos. Por dar un ejemplo: “En los años 50, 389 niños de 11 años, sin síntomas de enfermedad, fueros visitados por un grupo de médicos que prescribieron que le quitaran las amígdalas a un 45%. El 55% restante fue visitado por otro equipo médico que recomendó la operación de amígdalas en un 46% de los casos. El otro 54% fue visitado por un tercer grupo que sugirió la operación de amígdalas a un 44% de los niños. Siempre el mismo porcentaje. Ante la pregunta: “¿Qué sentido tiene operar las amígdalas? los médicos respondían más con los porcentajes que con razonamientos científicos” (S.Cagliano). Como dice la letra de la canción de Paolo Conte: “Era un mundo de adultos, donde los errores se cometían profesionalmente”.

Es natural sentir simpatía por cualquiera que tenga la osadía de rechazar la arrogancia o el poder excesivo de aquellos que tienen el monopolio o una autoridad absoluta. A finales de los años 70, yo mismo fui testigo de las dificultades, la depreciación y el aislamiento hacia el intento de introducir terapias complementarias como la acupuntura y la homeopatía en la primera unidad de Medicina Psicosomática inaugurada en Italia. Por esta razón, hoy en día tenemos que contemplar con gratitud la tolerancia de la cual ha gozado la medicina alternativa durante estos años, una tolerancia que le ha permitido resurgir del ghetto al cual ha sido injustamente relegada. Si tenemos en cuenta que, según las recientes estadísticas, al menos uno de cada dos italianos ha tenido algún contacto con este tipo de propuesta, la “medicina alternativa” puede hoy en día dejar de ser considerada como una Cenicienta, la hermana pobre e injustamente menospreciada de la medicina oficial. 

A estas alturas ya es hora de pensar en términos de “medicina complementaria”. En la actualidad hay muchas unidades de clínicas y hospitales que ofrecen terapias consideradas antaño como alternativas, por ejemplo la acupuntura, shiatsu y la psico-movilidad; muchos dentistas complementan su formación con cursos de kinesiología y posturología; otros médicos y fisioterapeutas estudian métodos tales como Feldenkrais, osteopatía y terapia cráneo-sacral. Queda claro por tanto que este cambio de mentalidad está en marcha, y que solo puede avanzar en la dirección de una transformación más amplia. No solo por parte de los médicos tradicionales, sino también dentro del ámbito alternativo que, habiendo crecido a la sombra de la medicina tradicional, compensa en ocasiones su falta de habilidad para conocer sus propios límites y hacerse responsable de ellos, vilipendiando sistemática y arrogantemente a sus interlocutores formados de forma científica. Y esta transformación es primordial si le estamos pidiendo a la parte contraria una apertura similar y ser reconocida como se merece.

Más allá de estas consideraciones – y además de la necesidad de superar hasta ahora la patética controversia para guiarse por una lógica que contemple ambas, la medicina oficial y la alternativa, trabajando mano a mano- ha surgido una idea sobre una serie de libros de “medicina complementaria”, de la cual este libro es merecidamente el primero. Desarrollada rápidamente en un clima donde todo es posible, la medicina alternativa es hoy en día una jungla, y cualquier descripción que se haga de ella no es válida pero puede ser aproximada. La razón por la cual la obra de Bratman merece ser respetada no es tanto por la descripción de técnicas y enfermedades individuales – las cuales por razones prácticas están claramente restringidas – como por su contribución cultural: el libro de Bratman permite que cada persona pueda construir y considerar el criterio crucial para encontrar el camino individual de cada cual entre las distintas ofertas, y conseguir diferenciar, cuando sea necesario, el oro…del cobalto.

Dr. Jader Tolja
Introducción al libro “Guía crítica a la medicina alternativa”