Como psicóloga, he observado el modo en que las mujeres superan la dificultad asociada al aborto: a menudo, las que lo viven mejor son las que han tenido la oportunidad de experimentar este amor imposible. Todas las mujeres que he conocido aman a los hijos y tienen la tentación de tener al niño, pero justamente su humanidad, su conciencia de mujer, es lo que las lleva a evitar comportarse como conejos irresponsables. Esta situación se asemeja en ocasiones a aquellas en que nos encontramos afrontando un amor imposible o una amistad que se rompe, sacrificada por la razón o la necesidad. El dolor de tener que renunciar es el mismo.
Se tiene la sensación de que hubiera sido posible, de que se podría haber amado a esa persona toda la vida, pero no es posible. En casi todos los casos, también el niño abortado representa un amor imposible. Es muy raro encontrar un sentimiento de rechazo o de odio hacia el feto. El sacrificio se realiza por un valor que se considera, en ese momento, de mayor importancia: los hijos que ya se tienen, o los que un día se tendrán, o la propia supervivencia psicológica, económica o física.