Uno se pregunta si la expresión “en armonía con uno mismo y con el mundo” no es algo más que una hermosa metáfora algo explotada. Sobretodo, porque la Naturaleza parece amar de modo especial los sistemas sincronizados.
Ya en el 1665 el científico holandés Christian Huygens descubrió como dos relojes de péndulo colgados en la misma pared, aunque inicialmente oscilaban a distintas frecuencias, pasado un cierto tiempo asumían exactamente el mismo ritmo. Y el mismo fenómeno se muestra en el documental The Incredible Machine. Sólo que esta vez las protagonistas son dos células musculares cardíacas: bajo el ojo indagador del microscopio, las dos células, mientras están a una cierta distancia, se ignoran y laten a ritmos distintos. Cuando se acercan, aunque no se toquen comienzan de repente a latir al unísono. Otras investigaciones revelan que en el transcurso de conversaciones normales, aparece una misma coordinación rítmica entre el que escucha y el que habla, y se ve severamente afectada cuando existen problemas emotivos o de relación, con picos extremos en los casos de personas autistas.
Esto es porque los sistemas sincronizados requieren un gasto de energía mucho menor para el automantenimiento, y la Naturaleza busca constantemente implementar los estados energéticos más eficientes. De ahí se deduce que también para nosotros, el estado de sincronía con la Tierra es un estado en el que la vida fluye sin esfuerzo, y quizás gracias a ello podemos alcanzar las cotas más elevadas de pensamiento intuitivo y creativo.
Pero la música ¿cómo afronta esto? Es interesante fijarse por ejemplo en que el vibrato de los cantantes líricos llega justo a una frecuencia comprendida entre 6,8 y 7,4 Hz. No es casualidad que la que el vibrato fuera estigmatizado en la cultura victoriana: involucraba demasiado en cuerpo de quien lo escuchaba y lo llevaba a pensamientos pecaminosos. Y después, mucha de la música New Age ha sido compuesta con el magnífico propósito de ayudar a la sincronización de las dos mitades del cerebro, o como mínimo para guiar al cerebro hacia las ondas de meditación, precisamente las alpha y theta.