El ’deber’ y el ‘querer’ en el cuerpo
¿Cómo se refleja en el cuerpo el modo de hablar - o escribir - de un individuo?
¿Y cómo cambia su modo de hablar cuando algo cambia dentro de él? Las palabras que usamos están tan íntimamente ligadas a los procesos psicológicos y físicos que parece difícil pensar que un cambio en el lenguaje no produzca, en alguna medida, una transformación en uno mismo, en nuestro cuerpo y nuestras relaciones. Podemos observar que cada estilo de vida está caracterizado por un lenguaje que le permite perpetuarse.

Cuando al hablar decimos: ‘debo hacer algo’ o ‘debería hacerlo’ estamos perdiendo contacto con nuestro deseo, con nuestra necesidad real, con el placer que deriva de la actividad dirigida a satisfacerlo y, por lo tanto, con el sustento que esta actividad puede darle al cuerpo y al alma. Pensar – y hablar – en términos de ‘deber’ implica generalmente que lo que ‘debemos’ hacer lo hacemos para los demás en vez de para nosotros mismos, que quien consigue satisfacción o ventajas de nuestra acción no somos nosotros. Para comprender mejor, uno se puede preguntar por ejemplo: ¿Qué ocurriría si no lo hiciera? ¿Quién me obliga? ¿Quién me lo prohíbe? De esta manera que se reconstruye más conscientemente la causa, la motivación real y el resultado de la acción que hay que cumplir.

Desde el punto de vista físico, como hemos visto en el capítulo dedicado al tiempo y al trabajo, el deber lleva al estado del organismo de una estructura más interna – ligada al placer y a las necesidades esenciales – a una más externa: del centro del cerebro a la corteza, de los riñones a las suprarrenales, de la musculatura interna a la más externa. La corteza controla y contiene: nosotros, por nuestro lado, ‘haríamos otra cosa’. Cada vez que decimos ‘debo’, junto al sistema nervioso simpático entran en actividad las estructuras más externas del cuerpo, que nos obligan a actuar como si nos levantaran a la fuerza para superar nuestra resistencia, con repercusiones sobre el movimiento que veremos mejor en el capítulo ‘Sexo e intimidad’

Cuando decimos ‘debo’, no consideramos nuestra la necesidad que afirmamos y alienamos nuestra espontaneidad hacia el deseo. Dado que la necesidad, el deseo, la excitación son todas cualidades de los órganos, o más bien del núcleo energético del cuerpo, pensar en términos de deber implica, en primer lugar, la desactivación de estos últimos. Sin el sostén de los órganos, cada acción realizada es tan pesada como arrastrarse.

Cuando lo que ‘debemos’ hacer se transforma en algo que ‘queremos’ hacer, disponemos de una posibilidad concreta para identificamos con nuestros impulsos. Si somos nosotros quienes hacemos algo, si nos reapropiamos del hecho de que lo hacemos para nosotros mismos y no para otra persona, los músculos pueden fundirse y los órganos, al volver a la acción, sostienen el movimiento. Nuestro estilo cambia acercándose a la ligereza.

J. Tolja – F. Speciani
del libro Pensar con el cuerpo