Mis amigos hicieron algo muy inteligente: alquilaron un piano. Esto significaba que no habían hecho una fuerte inversión – cosa que a menudo representa parte del problema. Los padres que han invertido mucho para tener un instrumento, a menudo están dispuestos a decir de forma recalcitrante: “Santo cielo, espero que aprendas a tocar esto. Ha costado un riñón”.
Por el contrario, ellos se limitaron a alquilarlo y así no sintieron ningún tipo de presión. La niña tenía siete años y la llevaron con ellos para escoger juntos el instrumento haciéndola sentir involucrada y partícipe. Cuando trajeron el piano a casa, no hicieron la más mínima alusión al hecho de tomar lecciones. Introdujeron el tema dando una gran vuelta: “El tío Louie toca el piano y viene a menudo a vernos. Cuando venga la próxima vez podría tocarnos algo y sería bonito tener algo para cantar juntos.”
Ahora bien, que es un piano para un niño de esta edad? Un gran juguete. La hija de mis amigos no apartaba las manos del teclas. Siempre iba más allá. Su música era ciertamente algo ruidosa, de modo que solo podía tocarlo a ciertas horas del día. Ella miraba impaciente el reloj esperando el momento en que estaba permitido tocar el piano. Pero poco después se dio cuenta que su música era en realidad ruido. Y fue entonces cuando pidió a sus padres que le enseñaran alguna canción. Ellos le dijeron: “Lo sentimos, nosotros no sabemos tocar el piano”. La niña intentó aprender ella misma las melodías, de oído; entonces conoció la frustración. Y continuaba pidiendo: “¿Yo también aprender a tocar como tío Louie?”. Llegados a este punto los padres le sugirieron: “Sí, si esto te interesa puedes aprender con un profesor de música”. Entonces la niña empezó a pedir un profesor de música.
Finalmente, cuando ella y sus padres supieron que realmente quería hacerlo empezó con las lecciones. Y ella lo disfrutó muchísimo.