A menudo me encuentro delante de jóvenes adolescentes que parece que no tienen peso. Están como aburridos, deprimidos, nada les importa. Sus cuerpos dicen: no tenemos ningún poder, entonces no nos interesa nada. Microcriminalidad, días enteros en sala de juegos, en la más absoluta la desidia. Es como si estuvieran inmersos en la cultura de la apatía, donde no existe pasión.
Dicho en términos somáticos: estos chicos han dejado de utilizar su propio peso. Todos tenemos, al contrario, una necesidad fundamental: sentir que ejercemos una presión sobre la tierra, que dejamos una impronta, que lo que hacemos tiene un efecto. Para poder decir: me interesa y me interesa lo suficiente para poder alcanzarlo, necesito sentir este peso, sentir el empuje y la cualidad de la fuerza.
En esta investigación he colaborado con muchos otros docentes. Han estado en muchos lugares: institutos, gimnasios de artes marciales, estudios de danza y cursos de teatro para encontrar enseñantes interesados en desarrollar este programa de prevención de la violencia a través del movimiento. Educadores que en un modo u otro consiguieran interesar a los chicos en hacerles acceder a su poder. Ha sido muy interesante en el ámbito del teatro. “Ok, ahora nos levantamos” decía el enseñante en voz alta. Levantarse es el primer paso para sentir el peso. “Ahora muéstrame tu rabia, muéstrame tu fuerza. Dime lo que quieres, dime lo que deseas.”