Años cincuenta. En una cocina, en algún lugar del país una madre está abriendo unas latas y vertiendo su contenido en una olla exprés. Su hijo es un boy scout y quiere obtener un premio como director de cine. El padre le ha comprado una cámara súper8. El niño ha tenido la inspiración de realizar una película de terror. Para una de las tomas necesita algo viscoso y sanguinolento que gotee por los armarios de la cocina. La madre ha comprado treinta botes de cerezas en almíbar que vierte en la olla a presión y prepara una mezcla deliciosamente húmeda, roja y pegajosa.
Esta madre no es del tipo que dice “ve fuera a jugar, no quiero todo esto dando vueltas por casa”. No sólo es condescendiente: da rienda suelta al hijo, permitiéndole transformar la casa en sus estudios cinematográficos, dejándolo que mueva los muebles y cree sus decorados. Lo ayuda a hacer el vestuario y participa en sus films. Cuando el chico quiere rodar una película en el desierto, la madre lo acompaña con el jeep a su expedición. Mucho tiempo después la madre recordaba haber rascado durante años los restos de la escena con sangre viscosa. ¿Sabéis el nombre del hijo? Steven Spielberg.