La enseñanza al estilo «gurú»
Nadie puede hacerte sentir pequeño.
A menos que tu no estés de acuerdo en sentirte pequeño.
Lillie Devereux
Quien se ocupa de enseñar puede facilmente establecer una relación análoga a aquella entre un padre y un hijo.

Quien se ocupa de enseñar a personas maduras puede establecer con ellas una relación de adulto a adulto o una relación análoga a aquella entre un padre y un hijo.

La enseñanza es una actividad que se presta muy fácilmente a instaurar, para quien tenga esa inclinación, una modalidad de relación padre/hijo independientemente de la edad y el género de las personas involucradas. Una característica de esta modalidad es que es muy difícil de alcanzar, porque quien la propone, por el hecho de que generalmente se toma muy en serio, la implementa inconscientemente. Por lo tanto, hemos tratado de volverla más reconocible y menos seriosa, al definir como instructor de tipo «gurú» a quien la propone, aclarando desde un principio que la intención no es aquí enfrentar el tema de una figura como la del gurú en sentido propio, ya que siempre eso es objeto de discusiones y opiniones controvertidas. Además, por una cuestión de claridad y simplicidad, hablaremos de esta modalidad relacional como si fuese pura, si bien sabemos que, en la compleja realidad de las relaciones de tipo educativo, volveremos a encontrarla alternada o mezclada siempre con otras modalidades.

Una alquimia particular

Este estilo de enseñanza corresponde a la declinación en el nivel educativo de una de las estrategias de vida más comunes: la estrategia basada en el poder, estrategia que es una variante del funcionamiento oral. Esto nace como consecuencia de una condición de privación y de un sentimiento profundo de falta de ayuda vivido en la infancia cuando el niño manifiesta una actitud muy centrada en sí mismo y en lograr satisfacer sus propias necesidades. Aquello que caracteriza en particular la estrategia de poder es una paradoja tan simple como elusiva: uno se coloca en el rol de la persona que es demandada a satisfacer las necesidades de los otros, porque desde esta posición, se tiene más posibilidades de satisfacer las propias.

El fuerte apego que algunas personas desarrollan respecto al instructor que se coloca en la postura de «gurú», o que se deja atrapar por las proyecciones de quien quiere verlo como tal, es el resultado de una particular alquimia: mientras que a nivel mental, pensamos que nos encontramos frente a un ser superior –que de hecho lo es, pero solo porque inconscientemente hemos elegido nosotros colocarnos en una condición regresiva respecto a nuestra condición real –, en el nivel corporal, percibimos empáticamente la vulnerabilidad y la necesidad que se esconde detrás del personaje interpretado, y sentimos, entonces el impulso de protegerlo y hacerlo sentir cómodo.

En el mundo real no toda la gente está dispuesta a aceptar y a proteger a quien piensa que sólo puede ser amado si es muy especial, y que, para mantener su propio equilibrio personal, necesita evitar comparaciones demasiado estrechas con la realidad y con aquellos que puedan recordarle. Por este motivo, en general un instructor, que posa con actitud de gurú, siente la necesidad de crear un contexto en cual pueda aislarse junto a las personas que, por la combinación de la fascinación y la compasión antes mencionadas, comparten la visión que tiene de sí mismo.

Dos estrategias complementarias

Si queremos llevar el concepto a los extremos, la inclinación que lleva a desarrollar esta dinámica, nace a partir del cruce de dos tipos de carácter que se integran uno a otro en forma complementaria.

Por un lado, hay una persona en el rol de instructor que compensa sus propias inseguridades y el sentido de impotencia y de vulnerabilidad derivados de la necesidad de ‘sentirse especial’. En esto no hay presunción o arrogancia, sino el intento de compensar aquel déficit de arraigo de la mente en el cuerpo que se determina durante el proceso de crecimiento, cuando creemos que podemos ser amados solamente por aquello que representamos y no por aquello que somos.

Por otra parte, hay personas que han encontrado como estrategia de supervivencia la actitud opuesta: renuncian a ‘sentirse especiales’. Esta actitud se desarrolla cuando nos criamos en un ambiente que nos considera solamente, en la medida en la que nos ocupamos de las necesidades del otro. También en este caso se instaura fácilmente cuando la mente, al no poder radicarse en el cuerpo y en sus sensaciones, carece de puntos internos de referencia y va a buscarlos en una figura externa.

La dinámica de la que hablamos es, por lo tanto, el resultado del encuentro y la complicidad entre dos tipos de personas en cierto sentido opuestas, aunque emparentadas por la misma experiencia de fondo, tan dolorosa como inconsciente, ninguna de las dos tuvo la posibilidad de radicar su ser y su sentir en el propio cuerpo ya que ninguna de las dos se ha sentido reconocida y amada por lo que era, sino sólo por aquello que representaba en el caso de la primera, y por la renuncia a la propia individualidad en el caso de la segunda.

Desde un punto de vista analítico, la relación entre el instructor «gurú» y quien lo sigue, podría ser leído como un contrato de soporte y reaseguro recíproco, entre un individuo que para sobrevivir necesita la atención y la energía ajena para confirmar una particular idea de sí mismo, y, por otro lado, las personas dispuestas a renunciar a sus propias necesidades y a los aspectos más desarrollados de sí, para satisfacer aquellos del otro individuo. En este caso, se renuncia a satisfacer las propias necesidades directamente y uno se complace con satisfacerlas por interpuesta persona, gracias a una fuerte identificación con esa persona.

El costo de los dos roles

Sin embargo, puede ocurrir que los instructores y los practicantes envueltos en una dinámica de tales características, crezcan, tanto personal como profesionalmente. Si aumentan la autoestima y la confianza en las propias capacidades, es fácil entonces que se comience a probar una suerte de impaciencia fisiológica y progresiva por el rol limitante y limitado que este guion ofrece.

Por ejemplo, el individuo que estudia puede notar que la persona que se sumerge con convicción en el rol de «maestro/a» tiene cierta dificultad para la escucha. La comunicación no es bidireccional, como ocurre entre adulto y adulto, sino sigue un flujo que va desde el instructor hacia el practicante, como en la modalidad padre/hijo. La dificultad para la escucha deriva ciertamente de la convicción de que se cree que se sabe mucho más de quien tenemos delante. Si observamos que cuando estamos empeñados en interpretar una visión idealizada de nosotros mismos, permanecemos tan concentrados en la confirmación de nuestro rol, que los contenidos de la enseñanza y la escucha de los interlocutores pasan a un segundo plano. De hecho, el público queda seleccionado en base al sostén dado por tal rol, y no por el reconocimiento de las cualidades del interlocutor.   

Por otro lado, la persona que enseña, al percibir las limitadas posibilidades previstas de su propio personaje, podría comenzar a entender, antes o después que el hecho de llamar a los participantes de sus propios cursos «estudiantes» y/o «discípulos» es reductivo y forzado, dado que se trata de personas adultas, exitosas en otros campos de la vida, que sólo quieren conocer, profundizar y realizar experiencias en determinados ámbitos.

La relación educativa basada en el modelo padre/hijo posee un límite evolutivo intrínseco. Cuando se lleva a cabo hasta alcanzar cierta fase evolutiva, protege a la persona, al ofrecerle gracias al sentido de pertenencia, una identidad colectiva y los límites que no sabe aún establecer para sí, a cambio de obediencia y de identificación con el maestro/a. Sin embargo, a partir de cierto estadio evolutivo en adelante, mantener esta modalidad, genera el principal impedimento para la realización de sí mismo. Puesto que, si en un nivel formal el individuo que enseña se empeña en capacitar a la persona con respecto a una experiencia o a una profesión, es decir hace todo lo posible para volverla más potente con respecto a la vida en general (el denominado empowerment), en un nivel sustancial, dado que se continúa presentando como una modalidad paternalista de modo inconsciente, sugiere al interlocutor, una imagen infantil de sí mismo que hace remontar a este último a una condición de impotencia.

En resumen

En síntesis, las principales dinámicas que, independientemente de la edad, se pueden instaurar en un contexto de enseñanza son dos. La que denominamos adulto/adulto y la que denominamos padre/hijo.

En la primera, el individuo que enseña y quien aprende, ambos, se consideran personas adultas y, recíprocamente, reconocen esa cualidad. La diferencia sólo está en el hecho que desempeñan un rol diferente, y esto ocurre en un determinado tiempo y contexto de conocimiento.

En la segunda dinámica, en cambio, el rol y la persona son una unidad, y lo son a tiempo completo. En este caso asistimos a una decidida polarización de las cualidades:  sabiduría, madurez, conocimiento, poder, se vuelven prerrogativa de la primera figura (instructor/padre), y el aspecto complementario corresponde a la segunda (discípulo/hijo).

Pero, ¿por qué siendo adultos se elige entrar y permanecer en el rol del hijo que se encuentra frente a un padre? Esto puede ocurrir por dos tipos diferentes de proceso:

Por un proceso de tipo evolutivo: esta regresión, si bien temporal y puesta en acto en un contexto mejor de aquel en el cual nos criamos, nos permite resetear nuestro ser y repasar y reprogramar nuestras etapas evolutivas interiores.

O por un proceso de tipo conservador: en este caso la persona llega a partir de un contexto generalmente familiar, en el cual aquel que se colocó en la figura del padre no lo ha hecho para proteger su crianza, sino para satisfacer, a través del poder que este rol provee, sus propias necesidades, como la necesidad del control, que le permite sentirse más seguro. Si vamos a la etimología de la palabra ‘familia’, ésta deriva del latín familia: “grupo de siervos y esclavos patrimonio del jefe de la casa”. Si uno proviene de una familia cuyo padre no desea renunciar a tal rol, incluso cuando ya no es más necesario, para los otros miembros de la familia no queda otra cosa que el rol complementario. O, por cuanto de modo totalmente inconsciente, asume el rol de niño. A este punto, como nunca ha logrado experimentar la posibilidad de pasar a otros modelos de relación y como tampoco es capaz de concebirlos, la persona busca situaciones análogas, aunque las formas y los nombres difieran.

En el primer caso hablamos de un proceso de tipo evolutivo porque la regresión en acto, al sanar las bases del propio ser favorece el crecimiento. En el segundo caso, hablamos en cambio de proceso de tipo conservador porque se vuelve a proponer el mismo guion que se vivió durante la infancia, a menos que, el hecho de que uno lo esté volviendo a vivir, permita la oportunidad de tomar conciencia de como funciona.

Jader Tolja y Maddalena Buri
Desde el libro ser cuerpo