Estos originales no tenían dogmas, nadie que tuviera que darles un visto bueno. Y si su visión y su enseñanza no gustaba, no divertía, no instruía, si no eran prácticos, los alumnos se iban. A medida que se avanza en la cadena, los estudiantes y los profesores van sintiéndose atraídos, no por la novedad, sino por lo homologado. Ya no es el iconoclasta el que entra en acción en este punto, es el académico, o el aficionado, que busca la estabilidad. Seguramente todos hemos aprendido algo de un maestro. Pero dudo que alguien haya aprendido algo de un educador.
En mi opinión, la religión que nos encontramos en estas Escuelas de los Ungidos por el Señor es un culto institucionalizado de los antepasados, en la que el antepasado ausente representa nuestra infinita perfectibilidad, es decir, si trabajamos con todas nuestras fuerzas, entonces tal vez podríamos ser capaces de alcanzar la perfección cristalina de Los Que Antes Estaban Entre Nosotros. Sin embargo, los antepasados no eran más perfectos que nosotros: eran inseguros, despiadados y arrogantes, estaban equivocados y tenían razón, igual que todos nosotros. El hecho de que se las arreglaron para triunfar, a pesar de sus debilidades humanas, para reafirmar su posición creando escuela y atrayendo seguidores puede ser una fuente de inspiración para nosotros; pero en lugar de empujarnos a venerar su sombra, debería inspirarnos a crear escuela.