Sin embargo, en contraposición a este habitual punto de vista, la fealdad es más cara. ¿Cuál es la economía de la fealdad? ¿Cuánto cuesta en términos de bienestar físico y de equilibrio psicológico un diseño descuidado, colorantes baratos, sonidos, estructuras y espacios privados de sentido? Pasar una jornada en una oficina debajo de una luz directa y cegadora, en malas sillas, víctima del constante zumbido del ordenador, posando la mirada sobre una moqueta gastada y manchada, entre plantas artificiales, haciendo movimientos unidireccionales, pulsando un botón, reprimiendo los gestos del cuerpo, para, al final de la jornada, sumergirse en el tráfico o en el transporte público, en un fast food y en una casa estándar. ¿Qué coste tiene todo esto? ¿Cuánto cuesta en términos de absentismo? ¿En términos de obsesiones sexuales, de fracaso escolar, de hiperalimentación y de atención fragmentaria? ¿Cuál es coste de todos los remedios farmacéuticos, de la gigantesca industria de la evasión, de los residuos que genera el consumismo, de la dependencia de los químicos, de la violencia en el deporte y del colonialismo enmascarado que es el turismo? ¿Tal vez las causas de los mayores problemas sociales, políticos y económicos podrían encontrarse en la represión de la belleza?