¿Te has fijado en lo difícil que resulta encontrar los lugares definitivos para los muebles en una casa? Pasan los años y te parece que todo está en su sitio y, sin embargo, tienes la vaga e incómoda sospecha de que no todo está en su sitio, o quizá habría que colocar la mesa en el lugar del aparador… Y un buen día, diez o veinte años después, pasas por la habitación en la que hasta entonces no habías estado a gusto, donde no había el justo equilibrio entre el espacio y los muebles, y de golpe ves el fallo, distingues la estructura interna de la habitación, su orden oculto, cambias de sitio cualquier cosa y te parece que ahora por fin se encuentra todo en su lugar. Y en efecto, durante algunos años sientes que ese cuarto es perfecto. Pero al cabo de un tiempo, pasados quizá otros diez años, vuelves a sentirte insatisfecho con la disposición del cuarto, pues nuestra percepción del espacio cambia a la par que nosotros y a nuestro alrededor nunca habrá un orden definitivo.
Lo mismo nos ocurre con el orden de la vida, elaboramos nuestros métodos y durante mucho tiempo estamos convencidos de que nuestros horarios son perfectos, por la mañana trabajamos, por la tarde vamos de paseo, por la noche cultivamos el espíritu… y un día descubrimos que todo esto sólo es soportable y tiene sentido si está en el orden inverso y no comprendemos cómo hemos podido estar tantos años cumpliendo unas reglas tan descabelladas… En ese punto de inflexión cambia todo, en nuestro interior y en nuestro entorno.