Un día el inglés desafió al indígena como era habitual. Indicando un punto en el medio de la bellisima playa anunció: “Haremos una carrera desde aquí hasta aquel punto de allí». El indígena estuvo de acuerdo y el inglés, que siempre tenía que organizarlo todo, fijó las reglas y las condiciones: “Cada uno de nosotros se entrenará en privado del modo que más le convenga durante dos semanas y el catorceavo día haremos la carrera.”
El día acordado se alinearon en la línea de salida y el inglés disparó al aire para marcar el inicio. Con su habitual intensidad, llevándose al límite de sus posibilidades físicas y apretando los dientes continuó jadeando a través de la playa hasta que atravesó la línea de llegada. Exhausto y completamente empapado de sudor se giró a mirar como se las estaba arreglando su rival. Con alegría y sorpresa vio que el indígena estaba aún a mitad de camino. Lo miró flotar sobre la arena con pasos largos y sueltos mientras una sonrisa iluminaba su bello rostro. Cuando llegó a la meta encontró al inglés que saltaba gritando: “He ganado, he ganado!” El indígena lo miró con incredulidad. “¿Cómo? ¿Qué has ganado tú? No, he ganado yo, yo he sido el más hermoso!”