Responsabilidad, libertad
Crecer pasa siempre por una mayor asunción y gestión de responsabilidad.
Observando a los niños es evidente que a medida que crecen, escogen tomar progresivamente más responsabilidades frente al mundo, ya que esto les da mayor poder y por tanto mayor libertad y placer en lo que hacen. El criterio, para ellos igual que para nosotros, podría expresarse así: ‘¿me cuesta más no tener poder sobre una realidad determinada o ser responsable de ella?’ Si algunos niños no lo hacen es solo porque el sistema en el que viven y crecen está interesado en que continúen siendo pequeños, impotentes y manejables, e intenta de todas las formas posibles, de las más traumáticas a las más sutilmente hipnóticas, de escoger y sabotear este proceso.

Por sistema no se entiende únicamente la familia, puede ser por ejemplo una determinada cultura política que intenta seducirnos para que dejemos hacer a lo que más saben y así poder manejar mejor nuestras elecciones. El drama es que muchas personas viven el crecimiento y el hecho de ver el mundo tal como es, como algo incómodo y aburrido frente a lo que hay que rebelarse en nombre de una realidad fantástica e ilusoria. Y están convencidos de que permanecer aislados y desadaptados es una gran ventaja, un privilegio. Es probablemente a esto a lo que se refiere James Hillman cuando estigmatiza como peligrosa la tendencia de algunos New Age, que idealiza y da permiso en desmesura el inner child, el niño interior. El trágico equívoco es un hándicap que obliga a vivir una parodia simplificada de la realidad a cambio de un premio.

El niño tiene una excelente capacidad para distinguir lo verdadero de lo falso, lo auténtico de lo ficticio, pero para poder integrar lo que siente necesita ser respetado y reconocido por su entorno, de modo que pueda desarrollar confianza en sus percepciones y sentimientos. Si por el contrario, no encuentra esta reafirmación, y en su lugar encuentra burla, o aun peor, se siente ignorado por el ambiente que lo envuelve, estará obligado a renunciar a la expresión de lo que realmente es y, en su lugar, crea un ideal de si mismo falso y brillante con el cual entretenerse y consolarse. En este punto no le queda más remedio que creer en Disneyland, ya que se ha convertido en el lugar mágico donde encontrará todas las respuestas que nunca ha obtenido. La intensidad de la verdad negada se dirige entonces hacia en nuevo objetivo que se le propone. Esto es justo el núcleo del idealismo, y es por esto que muchos idealistas evitan realizar el ideal por el que tanto luchan: o se paran antes de conseguirlo o se sabotean mientras lo están consiguiendo, o lo cambian periódicamente por otro aun más fascinante. Porque en el mismo instante en que el ideal se realiza el embrollo se desenmascara, y la persona descubre que no es lo que desesperadamente buscaba, lo que faltaba en su vida.

J. Tolja
dal n.1 della pubblicazione H'Q