Potencia e impotencia en las palabras
Los sobrenombres y diminutivos cariñosos, que a menudo se usan como signos inocentes de afecto, producen también la evocación prepotente, en quien los recibe, de partes muy jóvenes y no desarrolladas, empujándolo a identificarse con ellas.

Cuando uno se deja llamar Pucci, Lillii, Chauchita, Papita, etc., el organismo responde empequeñeciéndose. Por el contrario, cuando uno se dirige a los demás con diminutivos cariñosos y vocecitas afectadas, los otros se vuelven pequeños. Nada de malo, en un momento de ternura, y sobre todo si es de lo que se tiene necesidad. Más arriesgado es hacerlo sin darse cuenta, porque inconscientemente se puede terminar por atribuirle al otro toda la parte adulta (o la infantil) de uno mismo y, eso no necesariamente es conveniente. Análogamente, cuando se llama maestro o gurú a una persona con quien uno trabaja o con quien uno está aprendiendo alguna nueva técnica, la operación es la de proyectar en el otro la propia fuerza, la parte adulta y tal vez grandiosa, haciéndose cargo, en cambio, de la propia impotencia, incluso de la del otro, a menos que después se vuelva a proponer de manera inversa este tipo de relación en quien pudiese aprender algo de nosotros.

J. Tolja – F. Speciani